18.3.10











Mi estómago no cesaba de gemir y retorcerse, el aire cada vez más viciado se tornaba asfixiante y el sudor recorría mi piel, introduciéndose en mi boca, mis ojos y mis nalgas.


La presión sobre mis piernas, derivada de mi inmovilidad, se hacía insoportable, y entre delirios de dolor mascullaba palabras ininteligibles, ansiando terminar con aquel sufrimiento.


No podía quitarme de la mente la imagen de los siniestros albañiles que me habían condenado a mi prematura sepultura, con sus rostros cubiertos por sábanas oscuras, esgrimiendo paletas y mortero, mientras yo, incapaz de moverme o gritar, solo podía abrir cuanto podía los ojos, irritados por el abundante polvo, implorándoles una y otra vez compasión.


El muro se iba haciendo cada vez más opresivo, al tiempo que mi cuerpo se debilitaba y yo me desvanecía, perdiendo toda noción de tiempo, en un universo de penurias indescriptibles.


Los rayos de sol que se filtraban por unas grietas sobre mi eran suficientes para que yo, sumido ya en la locura y la desesperación pudiera ver como mi piel se volvía flácida y macilenta, la sangre que antes fluía abundantemente de mi boca por los violentos mordiscos ahora era solo un fino hilo oscuro.



Esto era el fin.



Ya solo podía distinguir resplandores, una luz potente, y entonces, nada.




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Chaos in Order